jueves, 2 de diciembre de 2010

Inmortal

Decían de él que era un hombre parco, solitario, tan distante del mundo que a nadie le habría importado su muerte. Lo decían los hombres que lo conocieron ya en los años gastados, luego de tanto tiempo, cuando no le quedaba mas interés que morir. Sin embargo, no fue siempre así; hubieron épocas felices, de ensueño, y que, como todas, se acabaron antes que él. 
No habría imaginado, el día en que creo a los humanos, que acabarían por aburrirle. Cómo podría haber sabido que el ruido estentóreo que producían las gloriosas guerras de antaño se convertirían en el eco de la cobardía. Ya no habían lanzas, ni relucientes lorigas recientemente bruñidas, no había mas héroes como aquel que lo desató de la roca a la que Zeus, niño engreído, se atrevió a amarrarlo. Cuánto habría deseado el gran titan que su hijo Deucalión jamás hubiera engendrado a los hombres nuevamente, pero en fin, no por eso dejaba de amarlo. Se arrepentía tan hondamente de haber rechazado a la mujer perfecta otrora, él, a comparación de su hermano, no habría cometido el yerro de abrir el cofre aquel del que se escaparon Pena, Tristeza, Odio y otros seres tan pérfidos como su propia creación. 
Pobre de él, tanta gente que vio morir, con o sin gloria, lo deseaba antes que ser lo que era. Pobre deidad antiquísima. Visitaba con asiduidad  a Océano, su abuelo, tan cansado de la inmortalidad como él. Su padre Jápeto habitaba el fondo de los mundos, allá a donde la luz no llegaba, en el Tártaro vacío pues a los viejos titanes muy dificilmente les quedaba el alma aun. Lo comprobó con muchos, por ejemplo con Ares, tan decepcionado como se había figurado con las guerras de hoy en día. Tenía sus armas oxidadas y las pieles caídas por la inactividad. La Fuga, fiel sirviente de Marte, dormía a sus pies hacía siglos, tan asqueada luego de verificar que el soldado no tenía mas honor en sus venas, ni mas venas en el rostro. También Afrodita se pudría en su falta de mortandad, tan echada a perder la belleza que se había dado al llanto cuando coronaron a una humana escuálida y sin gracia como reina de lo bello; si aun hubiera tenido potestad alguna, que castigo les hubiera puesto a esa gente, peor que el impuesto a la hija de Cefeo, pobre Andrómeda. Quisiera haber platicado sobre su misérrima existencia también con el que otrora amontonaba nubes, el padre  Zeus. Ya suficientes problemas tenía con aquel dios de dioses, no de titanes. 
Ya cansado, y habiendo sido testigo del estado de dioses y titanes vio por último hablar con uno de los que menos apreciaba. El funesto Hades, el único al que no olvidaban aun todos los hombres. Se encontraba dando de comer a Cerbero, esperando la embarcación que venía: el crucero nuevo de Queronte, a tantos tenía que llevar que no le alcanzaría la eternidad con su pequeña balsa tradicional. 
  - Plutón, que afortunado eres. - Dijo el titan. 
  - ¿Tu crees? Pues que afortunados se creían mi hermanos cuando les tocó cielo y mares. ¿Qué quieres?
  - Hades, vengo a suplicarte. ¡Yo!¡Suplicando!¿Como matas a un inmortal?
  - ¿Juegas conmigo? Ya están muertos, todos ustedes, aburridos de su grandeza, de este mundo echado a        perder. Inmortales, ¿qué crees que les hago a estos desdichados humanos?... Ve a casa Prometeo, te he matado ya.

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